Yo estuve allí: Concierto Javier Álvarez _
Ya estamos en Octubre, y la calle nos da buena cuenta de ello. Deambulamos por el paseo de Cartagena con el frío rodeando nuestros cuerpos. Apenas hay gente por los las terrazas de los bares y las noches de verano se han convertido en un fallido espejismo. Muy cercanos a la hora del comienzo llegamos a la entrada del Mister Witt café, varias personas exhalan los últimos cigarrillos antes de entrar al concierto. Entramos al café y nos acomodan en una de las mesitas de madera. En las paredes hay cuadros de los cantantes que por allí han pasado, sobre todo me quedo con el del recientemente desaparecido Krahe.
El Mister Witt café es de esos lugares que cuando entras ya no quieres salir jamás. Es discreto y elegante, está lleno de rinconcitos donde imagino a filósofos y eruditos discutir sobre poesía Lorquiana o sobre los placeres de la vida. Tiene ese encanto que pocos lugares ofrecen sin industrializar una imagen bohemia que nos sature los sentidos. El lugar donde la dulce Amelie se quedaría horas recluida en sus ensueños, y donde los amores rotos se cuentan por los posos del café. El escenario tiene ese halo operístico que le aporta las cortinas de terciopelo carmesí. Sobre la tarima de roble, hay un vetusto piano cerrado, un chelo y un violín que parece muy usado.
Se nota que, por parte de la dirección del local, hay un buen gusto por lo genuino.
Entre discretos aplausos aparece Javier Álvarez, partituras en mano. Nervioso y agradecido se cuelga la guitarra, comienza una canción… se da cuenta que no está conectado y para. Esos pequeños errores nos hacen involucrarnos más en la actuación, y se lo recompensamos con cálidos aplausos. Se excusa, no importa, su voz me resulta terapéutica y sus palabras se convierten en magníficos versos encontrados. Entre aplausos entona los acordes de La edad del Porvenir, se aleja del micro para cantarla más íntimamente. Gran parte del público tararea el estribillo; observo en sus rostros incipientes arrugas y me percato de que es cierto, ya han pasado veinte años de aquella canción.
Javier se muestra nervioso, más adelante se excusa, lleva seis meses sin tocar y hoy ha vuelto para nosotros. Piel de pantera o de aquí a la eternidad no podían faltar, en una de ellas se queda en blanco, no nos importa. Entre palabras de perdón y reflexión da el salto a varios temas del disco tiempodespacio. My funny valentine es de esos temas que tienen una magia especial, donde saca los claros oscuros de su voz más íntima. De repente, me menciona y me busca entre el público, me quedo sobrecogido. Recuerda parte de mi entrevista y eso me hace sentir muy dichoso. Bromeamos sobre una de las preguntas que le hice y sirve como preámbulo para empezar Sunset Boulevar, que como ya le confesé, me encanta. La canción suena tan clara como por aquel entonces y a mí ya me ha ganado para el resto de mi vida. Bromea de su nuevo look y de lo mucho que habla y lo poco que toca la guitarra, queda exculpado por todos.
Por instante se muestra reservado y pide a los asistentes que no graben la canción que va a tocar una canción de su disco A, un disco inédito pero que le acompaña donde quiera que va. Nos explica su ritual para poder tocar los temas de A, siempre al atardecer y en un lugar cada vez. Mientras escribo esta crónica intento recordarla pero no la recuerdo, pero si me invade una sensación de bienestar… entonces lo entiendo.
Deja la guitarra y nos hace disfrutar de su playback de NI NA NO, es muy divertido ver a un cantautor coreografiarse bajo ritmos pop. El público se va animando. Descubro caras de asombro entre los que recuerdan un Javier más introspectivo. Después de esta vorágine artística, a petición de uno de los asistentes nos canta su cover de El novio de la buena muerte, himno sempiterno de la legión, en memoria de un familiar fallecido. Entre sus suspiros de sirena varada exhala una de las marchas militares más raudas y briosas cual canción de cuna. El público se emociona mientras intenta recobrar las palabras.
Para despedirse decide hacer una versión de Las Maris, su dichoso Chiquitita, una versión del clásico de ABBA. Pero lo que parecía el fin de fiesta se convierte en una pieza del más puro surrealismo. Siempre que a un amigo o conocido le dices que vas a ir a un concierto de cantautor ellos piensan: guitarra, café y mucha melancolía, y así es. Pero un concierto de Javier siempre burla a la lógica, y comienza a sonar lose yourself to dance de Daft Punk, (sí, puedes volver a leerlo, he dicho Daft Punk y lose yourself to dance) Una melodía funk muy adictiva que saca al Javier ecléctico y alocado que lleva dentro, sus bailes sensuales a la par que alborozados, sacuden nuestro cuerpos languidecidos. Es ese momento en el que suelta la frase de la noche: “Menos deporte y más follar y bailar”
Entre peticiones vuelve a uno de los clásicos para despedirse, 1,2,3,4 es la elegida. No tenemos ganas de marcharnos, así no. Así que vuelve a sonar lose yourself to dance de Daft Punk pero con todo el público en pie. Todos bailamos sacando el nigga funkie que llevamos dentro (aunque reconozco que yo no tengo de eso) Todos derrochando flow en un concierto donde el cantautor es el mejor bailarín. Una de las chicas del público se une a su baile y ya nuestros pies no pueden parar. Pinchad el enlace y decidme si podéis parar de bailar…
Pero como todo lo bueno también se acaba, nos quedamos en el café ya vacío y comentamos impresiones con Javier, nos resistimos a abandonar el local pero es hora de volver. Entre elogios y bromas, a sus cuarenta y seis años Javier se confiesa capaz de triunfar, pero después de veinte años de carrera ¿a que se le puede llamar triunfar? Creo que el triunfo es dejar en cada uno esa sensación de felicidad con la que hoy me quedo. La certeza de saber que cada canción, como el buen vino, coge cuerpo y sentido con el tiempo. Y saber y aceptar que por muchos años y conciertos que pasen siempre estaremos en la edad del porvenir.

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